Cada vez que sigo a pie la ruta que tengo que seguir para llegar al trabajo, me fijo inevitablemente en el solar abandonado del sur. Siempre me ha deprimido bastante verlo ahí, con sus masas informes de tierra, con sus restos de hierro y de ladrillo, con las huellas de grúas y de maquinaria que todavía no se han borrado del todo. Evidentemente, no hay que ser un genio para deducir que se trata de un solar que ya había sido edificado antes, y no de uno que necesite edificación. Aunque tanto yo como las demás personas del barrio, e incluyo aquí a mis compañeros de trabajo, puesto que hemos hablado muchas veces de ese asunto, pensamos que ya va siendo hora de que el destrozo se arregle y emerja un edificio de las cenizas.
El edificio da igual: un centro comercial, un bloque de viviendas, una empresa de economía, un gimnasio... El caso es eliminar ese solar oscuro, triste y vacío que no puedo evitar ver cada vez que voy a empezar una nueva jornada laboral. Ya de por sí odio trabajar, no digamos ya madrugar, así que ver eso un lunes a las ocho de la mañana no invita precisamente a tener energías y aguantar lo que queda de día con una sonrisa. Una vez, fue tan insoportable la visión que estuve preguntándole a un montón de gente si sabían por qué se había efectuado el derribo del edificio que había antes ahí. Nadie supo decirme, imagino que porque no tuve la suerte de encontrar a nadie que haya vivido allí desde hace muchos años, dado que la demolición tuvo lugar hace ya mucho tiempo.
Fue mi jefe el que más cerca estuvo de darme información. Al parecer, a sus oídos habían llegado rumores de cuestiones relacionadas con la retirada de fibrocemento. No sé qué es eso, pero me lo creeré.
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